Se encontró ronroneando a medianoche por las calles más oscuras.
“No queda espera”, se decía para sí.
Hora tras otra, en la calle, podía escuchar a los demás.
Se cruzó con esa mirada felina, mágica por momentos.
Gata. Con esos ojos asilvestrados, seductores.
Se acercó a ella. Afilaron bien las uñas.
Casi al alba, ronroneaban juntos por las calles más oscuras.
“¿Quién provoca a quién?”, se decían entre los dos.
Otra mirada furtiva, en la calle, sin importarles los demás.
Y, de repente, desapareció. Y, con ella, la noche.
Buenos días, gata.